(7 de 7) La otra humanidad del obispo Francisco Ozoria Acosta

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Por Miguel Espaillat

Digresión

De nuevo pido a mis lectores dominicanos y latinoamericanos en general que son ciudadanos de los Estados Unidos, acudir a las urnas a votar por el candidato demócrata Joe Biden. ¿Por qué votar por Biden? Me adhiero a las razones de Pepe Mujica. “El señor Trump – nos dice el uruguayo – no solo es conservador, es profundamente errático, lo que complica más la cosa. Trump puso de moda las sanciones económicas contra los países, como es el caso de Rusia, Venezuela o Cuba, lo que me parece una "inmoralidad". Los que somos viejos recordamos que en España no fue Francisco Franco el que pasó hambre, sino el pueblo español. Las sanciones económicas a un país son una inmoralidad. No afectan a los gobiernos, sino a los más humildes. Parecería ser que cualquiera es mejor que Trump". Hecho el pedido de votar por Biden, vayamos al tema de hoy, con el que finalizamos el ensayo sobre el obispo Francisco Ozoria Acosta.

Martín Almonte (el chofer), procede a asesinar al padre Christopher

1 – La noche se ennegrecía en todo el valle sembrado de caña. Martín Almonte permanecía despierto en su habitación de la Casa Curial en la parroquia San José de El Llano. El silencio sólo era roto por las gotas de lluvia que golpeaban el aluminio de las persianas. Sus oídos estaban atentos a todos los sonidos de la casa. Parecía que todos dormían. Estaba con las luces apagadas y solamente veía la volumetría de los objetos. Se había acostado, pero la inquietud no lo dejaba quedarse tendido en la cama. Escuchó un sonido en el exterior de la casa que daba a la calle. Se puso en alerta. Sus nervios estaban de puntas. El sonido volvió a escucharse; fue entonces cuando entreabrió una de las ventanas y pudo observar a dos personas que se habían apostado en el frente. El movimiento de las hojas de la persiana fue una señal para los que estaban en la parte posterior, los cuales dejaron de hacer el sonido. Sintió un frío que le llegó hasta los huesos. Acarició el cuchillo que tenía entre las manos y tocó levemente la punta y el filo; estaba preparado para asesinar en poco tiempo. Era un ejemplar de uso de casería. Había llegado la hora de matar al padre Christopher. Se levantó del asiento y caminó hasta la puerta. Tocó el frío manubrio y lo manipuló para que abriera.

2 – Al entrar en la habitación quedó petrificado en la oscuridad. Se había comprometido a ejecutar el asesinato del sacerdote; pero, en el momento de efectuar la acción, no se atrevía a hacerlo. Se quedó parado en medio de la oscuridad. Aferró su mano derecha al mango del cuchillo para detener el temblor que comenzaba a sentir. Volvió a sentarse sin abrir la puerta. Parecía que se había arrepentido de haber tomado el dinero como pago por la acción. Cerró los ojos para no ver; pero era lo mismo que si los tuviera abiertos; todo estaba tan oscuro que no se podía divisar nada. Volvió a abrir los ojos y los sintió con arenilla; se los estrujó. El silencio seguía siendo interrumpido por las gotas de agua, golpeando hasta difuminarse en el aluminio pintado de blanco de las persianas. La lluvia había comenzado a incrementarse y sintió frío. A tientas buscó otra camisa y se la colocó por encima de la que llevaba puesta: esta era manga larga, diferente de la que llevaba. Sabía que debía ir hasta la habitación del sacerdote y matarlo, porque ése era el compromiso que había hecho y debía cumplirlo. Si no lo mataba, entonces era a él a quien iban a matar. Conocía los métodos usados por los guardacampestres del ingenio Hermanos Colón. No podía echarse para atrás, porque eso sería un verdadero suicidio. Respiró profundamente para llenar sus pulmones de aire. Sentía que le faltaba el aire. La habitación lo enclaustraba. Sabía que tenía que salir; pero no tomé la decisión.

3 – El sonido que hacían los hombres apostados en las afueras de la casa volvió a escucharse. Martín sabía que tenía que acelerar la ejecución del plan. Por un momento le llegó a la mente, como si fuera una película en blanco y negro, todas las actividades desarrolladas con el sacerdote, desde el mismo momento en que llegó al municipio El Llano. Había trabajado los últimos siete años con el sacerdote y había tenido un trato considerado, de tal manera, que se había convertido en su asistente y chofer personal. Pero también era verdad que el padre se había granjeado muchos problemas en la comunidad, con los dueños del ingenio y con la misma Iglesia Católica; así como con los ultranacionalistas, que eran muy agresivos en todos esos territorios.

4 – Siempre le había dicho al padre que no podía enfrentarse a los dueños del ingenio, porque ellos eran los dueños de todas las tierras del lugar; de toda la gente del lugar, de todo el aire del lugar; y que en eso llevaban siglos. Que ni los propios gobiernos eran capaces de enfrentar a la poderosa e infernal maquinaria del azúcar. Pero el sacerdote era demasiado cabeza dura, y nunca le hizo caso. Ahora lo habían buscado a él para que asesinara al sacerdote y lo dejara tirado en uno de los bateyes donde el sacerdote tenía una mayor presencia con el trabajo social. No podía decir que no. Él era un pobre trabajador que vivía y comía de lo que trabajaba en el día, y no podía desafiar al todopoderoso ingenio Hermanos Colón. Si no ejecutaba la acción, él y su familia sufrirían mucho. Jamás lograrían un trabajo en la región. y por lo tanto, pasarían muchas penurias. En el mejor de los casos, tendrían que emigrar del lugar, y no sabía a dónde ir.

5 – El tiempo pasaba y no sabía cómo levantarse, abrir la puerta y llegar hasta la habitación del sacerdote y apuñalarlo hasta que muriera. Pero si lo apuñalaba y lo mataba en su cama, dejaría sangre. Ese pensamiento le perturbó. Era posible que le hubiesen tendido una trampa para incriminarlo a él. Era entonces posible que, después que él lo matara, los que estaban en el exterior de la casa se marcharan y lo dejaran con el cadáver. Volvió a sentir miedo. Pero no podía pensar en eso, porque los dueños del ingenio sabían que él diría la verdad si lo acusaban del asesinato. Ellos no podían abandonarlo, porque le era peor. Se sacudió la cabeza para no pensar en ese hecho. El padre Christopher era un gran estorbo para el ingenio; para el Obispo y para los ultranacionalistas; y él les iba a realizar una gran labor, por lo que ellos estarían siempre agradecidos. Si él asesinaba al sacerdote, que los había importunado tanto, era muy posible que le dieran un gran puesto en la Gerencia del ingenio. Sonrió en la oscuridad y mostró sus blancos dientes, que brillaron en la noche.

6 – Martín Almonte se levantó de nuevo y caminó sigilosamente hacia la puerta de su habitación. Salió a la calle. Estaba decidido a asesinar al padre Christopher. Caminó hacia la casa curial. Tocó el metal del manubrio y lo giró lentamente. La puerta se abrió. Sin hacer ruidos se dirigió hasta la puerta de la habitación del padre Christopher, por el pasillo que lo comunicaba. El silencio seguía dominando el lugar. No había ninguna luz encendida y veía un poco por la claridad que venía de la parte de la calle, que tenía una bombilla encendida. Sacó de uno de sus bolsillos una llave. Se había apropiado de una de las llaves de la habitación del sacerdote con anterioridad. La introdujo lentamente. La giró y la puerta cedió. Sintió un alivio, al comprobar que la puerta estaba abierta. Entró y cerró la puerta. La habitación estaba en total oscuridad. Solamente se podían percibir las formas de los objetos. Observó al sacerdote tendido en la cama, cubierto por una sábana blanca. Levantó el cuchillo y saltó sobre la cama, apuñalándolo seguidamente y con furia. Sintió un vació al caer en la cama. Se levantó y encendió la luz. Había apuñalado a varias almohadas que había colocado el sacerdote a todo lo largo de la cama y que definían una figura humana en la oscuridad. Sintió un terror espantoso. Después de respirar profundamente y secarse el sudor que le cubría el rostro, sintió un alivio por no haber matado al sacerdote.

7 – Mientras tanto, el padre Christopher (el sacerdote ingles), volaba en un avión rumbo a New York. Esa decisión lo libró de ser asesinado por su propio chofer, uno de los hombres que disfrutaban de su más plena confianza.

Conclusión

Las cuartillas precedentes, extraídas del libro “El sacerdote Ingles” escrito por Carlos Agramonte, constituyen un testimonio fehaciente del comportamiento asumido por el hoy obispo de la ciudad Primada de América y mayor general del ejército Francisco Ozoria Acosta, frente a la explotación inmisericorde a que eran sometidos los cortadores de caña dominicanos y haitianos por los colonos azucareros en los bateyes de su parroquia. Él no hizo nada para que a esos infelices les fueran respetados sus derechos humanos ni su dignidad; al contrario, se confabuló con los colonos azucareros para que siguiera aquella explotación y masacres.

Llegado a este punto, no me voy a extender en hacer más juicios de esta situación, sino, que dejó al lector que llegue a sus propias conclusiones en valorar a un hombre que en su calidad de obispo se tiene como representante de Dios sobre la tierra, que tiene un discurso de respecto a los derechos y dignidad de los hombres, y que lucha para que el Congreso de la República no aprueba las tres causales del aborto terapéutico.

Ahora, le cedo la palabra a monseñor Francisco Ozoria Acosta, para que él pueda defenderse mostrando con argumentos creíbles, que todo lo narrado en los libros “Esclavos en el Paraíso” y El Sacerdote Ingles”, en torno a su conducta frente a los braceros dominicanos y haitianos, no es verdad. También le toca refutar, que él no tuvo nada que ver con la partida de su parroquia de Christopher Hartley Sartorius y del padre Antonio ni de los demás misioneros. Y aclarar, que después de la partida violenta de estos misioneros, la muerte, el hambre, las enfermedades, la explotación, el robo, las masacres, el irrespeto a los derechos humanos y a la dignidad del ser, etc., desaparecieron de los bateyes de su parroquia, porque él se ocupó de ello.

El que tenga oídos que oiga…

New York, NY 29/10/2020

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