Viviendas “prefabricadas” para asentar a los damnificados de los huracanes

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Por Emiliano Reyes Espejo

Cada fenómeno atmosférico que impacta al territorio nacional nos lacera, nos deja como herencia maldita las secuelas de daños a veces insalvables en los sectores más empobrecidos de la nación.

Los vientos endemoniados de la naturaleza se abalanzan, se soslayan a su gusto contra los más pobres, los desarrapados sociales, los desguarnecidos.

Las cuantificaciones de los daños de los huracanes y tormentas suman miles de millones de pesos desde el huracán San Zenón hasta Fiona. Cada uno de estos fenómenos ha significado un frenazo a la sana evolución económica, ya que aunque a base de muchos esfuerzos y sacrificios el país logra recuperarse, no es un secreto para nadie que los gobiernos se ven obligados a desviar recursos y endeudarse para destinarlos a las recuperaciones de las zonas devastadas.

Los daños se sienten en todos los sectores de regiones y zonas impactadas. Dan duro a la agricultura, a la infraestructura (carreteras, puentes, edificaciones, viviendas, sistemas energéticos, telecomunicaciones, etc.).

El golpe más contundente, sin embargo, lo recibe el ser humano con la “destrucción de sus humildes casitas”, especialmente a todas aquellas personas indefensas que “malviven” en periferias de ciudades y comunidades, a orillas de cañadas y ríos, y en zonas vulnerables.

Conmueve ver cómo quedan las “casuchas”, las mal llamadas “viviendas” de los barrios pobres: cuando terminan arruinadas por el paso de un huracán o de una tormenta. ¿Y cuál es la suerte de las vidas de los seres humanos que las habitan? Un total desplome emocional.

Destapan miseria

La “única virtud” que tal vez se puede atribuir a estos fenómenos es que sirven para “desnudar” la miserable vida en que viven millones de dominicanos. “Encueran” -si vale el término- la hipocresía de la sociedad, de la clase dominante, de nuestros empresarios y políticos que nos venden bonanza, crecimiento y progreso que se queda en un reducido grupo de dominicanos, los cuales, casi siempre, después de la tragedia, resultan ser los más dadivosos y caritativos.

Llueven aportaciones filantrópicas millonarias para redimir a los afectados –lo cual se agradece-. Pero quienes hacen estas donaciones son incapaces de propiciar o articular políticas públicas que rediman a esos pobres, que saquen a estos de sus cinturones de miseria.

El reducido número de favorecidos de la fortuna no destina tiempo para pensar y proponer políticas públicas –salvo algunas excepciones- que contribuyan a reducir los cinturones de pobreza. Sus iniciativas están más bien dirigidas, enfocadas de manera permanente, a obtener grandes ganancias para acrecentar sus capitales y ser cada vez más competitivo en los endiosados “grandes capitales”.

En la prensa se enarbola con sellos de grandilocuencia los gestos altruistas y las donaciones millonarias que estos hacen a los damnificados. Se celebra con atinados bullicios la instalación de los llamados centros de acopio que sirven para recoger con gestos de desprendimientos las donaciones de un ser dominicano “netamente solidario”, tanto los de aquí como los que están en la diáspora.

Con “el corazón roto”

Las imágenes de las comunidades impactadas por los huracanes, tormentas y otros fenómenos las vemos “con un fuerte dolor en el alma” o como decimos cotidianamente, “con el corazón roto”.
Los endemoniados ventarrones se llevan, y no es por casualidad, las casitas de madera, los techos de zinc y otros materiales encarnados en las míseras barriadas y comunidades.

La historia de los huracanes y otros fenómenos de la naturaleza se repiten casi año por año, y se seguirá repitiendo, cada vez con más frecuencia y virulencia por aquello que los científicos definen como “el cambio climático”.

Los irreparables daños económicos y humanos

Los azotes de los vientos en las viviendas de los barrios pobres durante los huracanes y tormentas es lo más dramático que una persona pueda vivir. Las inmisericordes ráfagas huracanadas se llevan, no solo las hojas de zinc y las viejas tablas de maderas, también cargan con la esperanza de vida de estas pobres gentes marginadas.

No solo sienten perder algo material, el huracán le mata la esperanza, la autoestima, la fe y todos esos sueños que atesoraban a lo largo de su existencia. Nadie piensa lo que significa para un pobre el poder levantar su “casucha”. Se pasan una vida privándose de todo para reunir los chelitos, con los cuales poco a poco compran los materiales reciclados y van armando sus ranchitos.

Un balance de los daños

En el reciente huracán Fiona, cuyos dolorosos efectos todavía son evaluados, las autoridades calculan daños preliminares por unos 20 mil millones de pesos (US$375 millones de dólares).Hablamos, además, de 13 mil desplazados y 2,614 casas dañadas.

En tanto, el huracán Georges ocurrido en 1998 causó 283 muertes, daños a miles de viviendas, acueductos, escuelas, puentes carreteras, redes de energía, comunicaciones, así como al comercio, la industria y el ambiente. “En términos globales, la CEPAL estima en unos 33.000 millones de pesos (US$ 2193,4 millones) los daños totales causados por el Georges”, según datos contenidos en el informe “El huracán Georges en la República Dominicana: Efectos y lecciones aprendidas”, del ingeniero Antonio Cocco Quezada y el Dr. Gregorio Gutiérrez Pérez.

Podemos hacer una larga lista de huracanes, tormentas y otros fenómenos que han causado daños inestimables a la economía, pero también al fuero interno, a la esperanza de muchas gentes. Estudios realizados por organismos especializados colocan a la República Dominicana “en el mismo
trayecto de los huracanes” debido a su posición geográfica. Esa situación nos enfrenta con frecuencia a fuertes embates del cambio climático.
Estamos posicionados entre las 15 primeras naciones más afectadas por eventos climáticos, entre 183 países, “lo que presenta un elevado nivel de pérdidas económicas, según el Germanwatch Global Climate Risk Index,

En tanto, el Banco Mundial con la colaboración del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD) “señala que el daño anual promedio asociado a desastres se estima en US$420 millones (0.69% del PIB). Respecto a los daños extremos, por ciclón, pueden exceder los US$1,997 millones (3.3% PIB) con una probabilidad anual de 5%”.

Viviendas prefabricadas para damnificados

Ante esta lamentable realidad difícil de eludir, el gobierno debe buscar soluciones prácticas que permitan aligerar los efectos que estos fenómenos causan en sectores marginados.

Debe muy especialmente dedicarse a recuperar las de por sí destartaladas “viviendas” de los pobres.

¿Qué hacer en este aspecto?

En primer lugar, sugerimos adoptar medidas de política social que vayan dirigidas a reconstruir o sustituir las viviendas dañadas a consecuencia de los fenómenos atmosféricos.

Y eso incluye:

1) Crear un fondo especial para adquirir e instalar viviendas “prefabricadas” a damnificados impactados por huracanes y tormentas, etc.

2) Instruir al Ministerio de la Vivienda a adquirir a nivel internacional “casas prefabricadas” con estándares que respondan a las realidades de nuestro país, a fin de tener una reserva que dé respuesta inmediata a estos tipos de emergencia.

3) Sustituir la práctica de reconstruir o reparar viviendas o “casuchas” en zonas de alta vulnerabilidad. En cambio, levantar “casas prefabricadas” en lugares que sean confirmados como sitios seguros.

Como los huracanes y tormentas son cada vez más frecuentes y destructivas, el Estado debe crear una red de “almacenes donde se resguarden las casas prefabricadas” que se adquieran en el exterior, con el objetivo de que estas estén disponibles para dar respuesta inmediata ante las emergencias.

Igualmente, el Estado deberá iniciar un proceso de captación de tecnologías de diseño y producción de este tipo de casas prefabricadas, de manera que se trace la meta de que estas puedan ser fabricadas por diseñadores, ingenieros y técnicos del país.
Paralelo a estas iniciativas para instalar viviendas prefabricadas, el Estado debe asumir la rigurosa política de no permitir la instalación de las mismas en zonas vulnerables, a orillas de ríos, cañadas y donde existan potenciales deslizamientos de tierra que pongan en peligro la vida de los ciudadanos.

En este sentido, una política pública al respecto tendrá que garantizar la eliminación paulatina de asentamientos humanos en zonas vulnerables. Se debe aprovechar, a su vez, la oportunidad para ejecutar una política social que dote a personas pobres de viviendas prefabricadas que cambien su hábitat para un hogar más seguro y digno, con relación a las casuchas en que éstos viven en la actualidad.

De esta manera, en vez de observar patanas cargadas de madera, zinc y clavos que se trasladan hacia zonas afectadas por huracanes como ocurre ahora en las zonas de Higüey, El Seibo, Hato Mayor y Samaná, veremos furgones llenos de casas prefabricadas que se podrán instalar en un santiamén para sustituir las actuales "casuchas".

Esto, además, daría la oportunidad al Estado de ayudar a estas gentes pobres a que puedan zapatear de sus miserias y entusiasmase con una vida más digna para ellos y sus descendientes.

Ellos también son dominicanos. Qué esperamos entonces para ayudarles.

 

¡Cásese con la gloria en un segundo matrimonio, Señor Presidente Luis Abinader! Esta vez con esta iniciativa que es de gran impacto social ¡Manos a la obra!,

*El autor es periodista

www.ereprensa.blogspot.com

ere.prensa@gmail.com

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