La banda sonora de mi vida

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz

El 22 de noviembre se celebró el día internacional de la música, muchos pensaréis que no es tan importante, pero… ¿Qué sería la vida sin música? ¿Cómo sería una película sin música?

Yo no sé vosotros, pero cuando miro atrás, y recuerdo mi pasado, siempre lo hago con banda sonora. Sí, quizás soy más rara de lo que imaginaba, no lo niego, pero si recuerdo mis primeros años de colegio, se me viene a la cabeza la canción de los pajaritos. Recuerdo a mi padre despertándome todos los días con esa canción, lleno de felicidad por saludar un nuevo día, bueno, no hay que decir mi cara de cabreo cada vez que escuchaba esa canción. Incluso llego más lejos, aún recuerdo un despertador que tenían mis padres en el que dos delfines saltaban mientras se escuchaba una musiquita que aún tengo en mi cabeza y que no he podido sacar de ella, si encuentro ese despertador le doy un martillazo y mato a los delfines, aunque ya no estén operativos, algún día lo buscaré en esa cochera donde todo desaparece, pero que mi padre sabe exactamente donde se encuentra cada cosa.

Mi memoria también salta al momento en el que conocí a mi marido, ese año se llevaba una canción que creo, ni tan siquiera tenía letra, pero tenía una coreografía que todo el mundo bailaba en fila, se convirtió en nuestra canción, sí, no era romántica, pero era muy divertida, y más divertido es cuando la escuchamos alguna vez y le decimos a la gente que esa era nuestra canción.

Después recuerdo mis años de facultad y siempre se me viene a la cabeza Alejandro Sanz y su Corazón partío, bueno, también se me viene a la cabeza la cafetería de la facultad, de las aulas recuerdo poco, pero ese magnífico sótano de la facultad de Derecho en el que ya prácticamente ponía nuestro nombre en la parte del fondo, aquel rinconcito de madera con mesas y bancos acogedores en los que podías pasar horas hablando. Sí, tal vez fue por eso por lo que no terminé Derecho, más bien terminé algo torcida, y desde entonces vengo intentando enderezarme, ya sabéis, esas cabezas locas de la juventud y esos buenos cafés, son la combinación perfecta para un futuro incierto que intentas que tus hijos no repitan.

De ahí, mi musical memorístico salta hacia mi primer trabajo de Jefa de telemárketing de una importante compañía de seguros, y un congreso en Madrid en el que debería haberme divertido más y haber sido menos profesional, ya veis, si es que voy a destiempo. El caso es que recuerdo que, por aquel entonces, esa compañía sacó un anuncio con una de esas canciones que no me cansaría de escuchar, no recuerdo quién la cantaba, pero la letra decía algo como “El mundo, si tú lo quieres te lo entrego…” creo que fue la mejor campaña publicitaria que ha hecho una compañía de seguros.

Más adelante, mi túnel del tiempo, caprichosamente me lanza a cuando dormía a mi Guille en mis brazos mientras les cantaba la Bella y la Bestia y bailaba con él un vals, que por cierto aprendí muy bien para hacerlo perfecto en mi boda. Era un poema vernos a mi padre y a mí llegar de noche a la academia de baile, todo trajeados y con los maletines, aún recuerdo las broncas que me echaba mi padre porque yo era la que quería llevarlo a él y no sabía dejarme llevar, nuestro preferido era el vals de las olas.

Mi niña era otra historia, ella se dormía con las marchas de semana santa, y cualquiera la tumbaba, la tenías que dormir cogida en brazos pero mirando al frente, y nada de vals, le gustaban los pasos de los costaleros, ya podéis imaginar a quién preferíamos dormir mi marido y yo, pero lo más gracioso era cuando veías que el otro había dormido al suyo y corría a la cama a dormir, que terrible sensación de envidia, si las miradas mataran, nos habríamos matado más de una vez, ya que mi paula se pegaba guantadas en la cara para no dormirse, ya me las pagará cuando sea más mayor.

A partir de ahí, mis recuerdos musicales siempre son infantiles, recuerdo los cantajuegos, las canciones que se aprendían en el cole y villancicos, siempre cantados por mi Guille que no sé de donde ha sacado ese exagerado espíritu navideño.

Así que, quitando el Despacito de Luis Fonsi, que es más moderno, solo me queda terminar con el hermoso recuerdo del Cascanueces, y ese momento mágico que compartimos mi niña y yo justo antes de la pandemia en un precioso concierto lleno de emociones.

No me gustaría concluir este artículo hablando sobre la pandemia, pero fue una etapa muy significativa en nuestras vidas, y cuando recuerdo el confinamiento, siempre se me viene a la mente la canción de Resistiré.

Para los que aún no hayan captado el mensaje, les diré que la música trae esos momentos hermosos y tristes a nuestra mente que merecen ser recordados, y con esos recuerdos, también traen a esas personas que se fueron y con las que seguro compartías una canción.

Hay canciones que no tienen la culpa y que rechazamos porque nos traen ese dolor que deseamos desterrar, todos tenemos una canción maldita, yo tengo una; cuando mi abuelo estaba muy enfermo, yo estaba embarazadas de mis mellizos, y lo único que hacía era llorar, nuestro hogar se tiñó de tristeza y penumbra, así que prácticamente me empujaban a que saliera, pero si yo no hubiera salido aquella noche, lo habría visto por última vez, sin embargo, fuimos a un concierto que daba un amigo de mi marido y lo único que recuerdo fue la canción de “Granada, tierra soñada por mí”. Una hermosa canción que llegó en un mal momento, por lo que cada vez que la escucho recuerdo aquel error.

Como Dama consejera, os digo que, cada vez que veáis a alguien cantar o tocar, pensad que ellos marcan nuestra vida y firman cada momento con su marca particular, así que, respetadlos, admiradlos, y mimadlos, porque sin música, el mundo sería gris.

 

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