Una chica corriente

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Por María Beatriz Muñoz Ruiz

La puerta no aguantaría demasiado, iba a morir, lo sabía, no tenía demasiado con lo que defenderme, bueno, sí, podía matarlos de risa cuando me vieran con mi pijama de princesa Disney, mis deportivas y una espada de plástico de Star wars, miré aquella mochila llena de dinero que custodiaba con aquella estúpida espada, mi tesoro.

¿Qué cómo había llegado a esa situación? Pues muy simple, hace tres días yo era una chica normal española que no tenía trabajo, que en un mes tendría que irme a vivir con mis padres porque no tenía dinero para pagar el alquiler de un pequeño pisito estudio de cuarenta metros cuadrados, con una ventana que daba a un patio interior en el que me entretenía contando los preservativos que los vecinos tiraban. Una chica corriente que llevaba meses sin poner la calefacción porque con la subida de la luz, apenas podía ni calentarme una lata de habichuelas, una chica normal que cansada de echar currículum, gastaba suela de zapatos absurdamente, una simple chica que buscaba formación en el SEPE, que es el Servicio de Empleo Estatal cuyos únicos cursos útiles para buscar empleo eran solo gratis para trabajadores. ¿os lo podéis creer? ¿Para que sirve un servicio de empleo si los cursos que pueden proporcionarte empleo son gratis para la gente que ya trabaja? Absurdo, ¿verdad? Pues allí estaba yo, en esa encrucijada en la que pocas soluciones aparecían para alegrarme las navidades, cansada de todo, con una carrera universitaria que no me servía de nada, una relación fracasada porque el friki de mi novio prestaba más atención a su consola que a mí, y unas perspectivas de futuro poco alentadoras.

Ya había tocado fondo, me negaba a seguir pateándome las calles de Granada inútilmente, así que me senté en uno de los bancos de Plaza Nueva, tenía que pensar, no sé en qué debía pensar, quizás debía pensar en que, si le hubiera metido la cabeza en el retrete a aquella niña que me acosaba en cole y hubiera dejado de confiar en el sistema, lo mismo no habría estudiado criminología, tal vez estaría de profesora de educación infantil y sería una dulce profesora feliz. Menos mal que aquella niña terminó en la cárcel, al menos me consuela que terminara peor que yo, bueno, es un decir, porque en la cárcel se pueden estudiar carreras universitarias, no te preocupas del alquiler ni de la comida, y seguro que los tatuajes son gratis.

¿Pero que estoy diciendo? ¡Me voy! Recogeré mis cosas y me iré hoy mismo con mis padres, seré una fracasada con el estómago lleno. Me levanté, cogí mi mochila y me dirigí decidida y asumiendo mi futuro de mierda.

Llegué a casa dispuesta a romper todos esos estúpidos currículum, o mejor, los iba a quemar, cogí un mechero, abrí la mochila y en vez de un currículum saqué billetes de quinientos euros.

Me quedé petrificada, con un mechero en la mano derecha y un puñado de billetes en la mano izquierda, ¿de dónde habían salido esos billetes? Miré mi mochila, pero aquella no era mi mochila, encima de fracasada era una despistada. Bendito despiste, no sé de donde era aquel dinero, pero ahora era mío, no pensaba devolverlo como esa gente estúpida de buen corazón a los que seguramente no les haga falta. Yo era una necesitada, el dinero era mío, me reí a carcajadas corrí por la casa lanzando billetes, llené la cama de billetes y retocé desnuda sobre ellos, era algo que siempre había querido hacer.

Con lo que no contaba, era con el hecho de que, si yo tenía la mochila de los dineros, los otros tendrían la mochila con mis currículums.

Así que, ya volviendo al presente, adivinaba quién quería matarme, serían los mafiosos a los que pertenecía el dinero, ¿Qué porqué no se lo había devuelto? Porque prefería morir rica a vivir pobre. Esa idea me había estado nublando las entendederas, sería pobre, pero no estúpida, aún me quedaba saldo en el móvil.

–¿Policía? Alguien está intentando entrar en mi piso, vengan rápido.

Colgué y sentí que debía ganar tiempo y…llamar la atención. Asomé la cabeza por una mini ventana que había en el baño y lancé cinco billetes de quinientos. La gente empezó a correr hacia ellos, los tipos que intentaban entrar recibieron una llamada y se detuvieron.

–Da igual lo que tardes en salir, aquí estaremos esperándote, si nos lanzas la mochila por la ventana no te haremos nada, solo queremos el dinero–me dijeron aquellos tipos.

Fácil, ¿no? Pues yo decidí después de tres meses encerrada que mi muerte había merecido la pena, había muerto rica, y desde el cielo podía ver como los que pensaban que era una fracasada se tenían que tragar sus palabras, bueno, morí también por estúpida, porque se me olvidó dar mi dirección a la policía, pero eso no lo sabe nadie.

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