Por: Dilia Reyes
En la sociedad en que vivimos, es muy dado observar cómo la verdad va perdiendo su valor constantemente y la mentira es usada para defenderse, so riesgo de ser descubiertos. Este es el juego mal sano de personas que ocupan puestos importantes en la sociedad y que están llamados a ser ejemplo. Es así como, un asunto de fuerza y cuya condición no admite discusión al respecto, es objeto de controversia sin que se tenga el más mínimo miramiento o sin importar que este atente contra la vida y/o la salud de un conglomerado; aun así, se quiere ocultar la verdad de la manera más vil y soez.
En este juego controversial despreciable entre ambos elementos, la mentira y la verdad, pueden quedar secuestrados los más dulces y nobles sentimientos o las más sanas intenciones de personas que, conscientes o inconscientes de lo corrompida que está la sociedad, quieren comportarse a la altura de la transparencia que cualquier situación demande.
Para una mejor presentación de lo que se quiere ilustrar, conviene repasar, a modo de recordatorio, la conceptualización de ambos elementos que, no por ser permanentemente usados, son del todo conocidos:
Para los filósofos “la verdad es la coincidencia entre una afirmación y los hechos o la realidad a la que dicha afirmación se refiere o la fidelidad a una idea”. Este es el mismo concepto al que también alude la ciencia, la lógica, entre otras. Verdad, en sentido amplio, es “adecuación entre una proposición y el estado de cosas que expresa”.
En términos generales inversos, mentira es “afirmación que una persona hace consciente de que no es verdad”, en tanto que para la filosofía y la ciencia “la mentira es una expresión o manifestación que es contraria o inexacta a aquello que se sabe, se cree o se piensa”.
De acuerdo con estos conceptos, es evidente que la verdad siempre estará relacionada con la realidad o real existencia de las cosas; mientras que la mentira está ligada, en todo tiempo, momento o circunstancia a lo inexacto, a lo negativo.
Siendo la mentira un antivalor de los más mezquinos, es bueno conocer que la misma abriga consigo una serie de perjuicios o consecuencias, que no solo atentan contra la víctima, a quién deja un lastre moral y psicológico, sino también contra el propio victimario, quién en cuya intención infame por defenderse, sin darse cuenta, se autosacrifica o se suicida socialmente, creando a su alrededor un círculo de desconfianza, soledad y por vía de consecuencia, de baja autoestima; pues nadie como él conoce que no está siendo leal a los más sanos principios de legitimidad y credibilidad.
En otro sentido, decir la verdad fortalece a quien la utiliza y a todo un núcleo a su alrededor, trae un clima de paz y seguridad y afianza los valores de protección y confianza, al tiempo que habla muy bien de quien siempre la expresa, sin importarle las consecuencias, otorgando al mismo, reconocimiento y respeto. Animarse a decir constantemente la verdad, difundirla o infundirla en los demás debe ser el norte de todo buen ser humano o profesional, sobre todo cuando se ocupa un puesto importante en la sociedad y con más ahínco si esa posición tiene que ver con el quehacer educativo. Pues, deben ser los educadores, sin importar desde cuál posición, quienes enarbolen los valores que atañen a la verdad y a la justicia. Es la escuela la formadora por excelencia en ese sentido.
En la educación tradicional es bien conocido el hermoso “himno a la verdad”, cuyas grandiosas notas y letras deberían enseñarse en todos los tiempos y a todos los niveles y no conformes con la estética de la poesía que vive en él, predicar, en acciones y en ejemplos, los más nobles ideales de verdad, de libertad, ecuanimidad, coherencia y justicia. Estos valores deben ser enarbolados como el más alto estandarte de realización humana y profesional. Solo con ellos se podrá crear una mejor familia, una mejor escuela, una mejor sociedad y una mejor patria. De igual, manera se podrá forjar un mejor ciudadano, hijo de Dios, al hacer valer el magnánime principio bíblico-cristiano “Conoceréis la verdad y la verdad les hará libres”, así como también la muy afamada frase duartiana “Sed justos lo primero, si queréis ser felices”.
Amparados en estos principios de trascendencia universal, no se debe permitir, bajo ningún concepto o argumento, que la verdad sea trocada por la falsedad; como tampoco se puede ceder, por temor, a los bajos instintos, que como la mentira socavan y laceran los cimientos de la sociedad. Nadie puede, a costa de salvar su pellejo, cambiar la realidad de las cosas. Se debe decir siempre la verdad, aunque por ello se tenga que pagar un precio muy alto o aunque esto implique tener que abandonar la fila de los abanderados cuando no se esté dispuesto a sacrificar la verdad para continuar siendo parapeto de los cobardes y falsos.
En definitiva, se debe tener presente que la mentira es mentira, aunque se diga bajo juramento y la verdad es verdad sin jurarla. Esta última no necesita juez, ni carta de presentación y jamás podrá ser supeditada a la falsedad, la incoherencia o la injusticia.
Dilia Reyes M.A., Educadora.
Reside en Santiago Rodríguez.