Por el día de la tierra

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Por: Claudia Figueroa

“Hasta ahora el hombre ha estado en contra de la naturaleza; desde ahora estará en contra de su propia naturaleza.” Dennis Gabor. Premio Nóbel de física.

Hace poco vino a la memoria un documental que lleva de título el mismo nombre de este escrito. No cabe duda que vivimos en un mundo perfecto. Un ambiente cuyo equilibrio se puede romper con el soplo del viento. Pero que, como especie, la hemos sobrepasado y dañarnos a nosotros mismos.

La tierra. Un planeta con más de cuatro mil millones de años de antigüedad. Ha ido creando las condiciones necesarias para que todas sus creaturas puedan mantener ese equilibrio y subsistir. Cada ciclo de vida se va generando y regenerando. Naciendo, muriendo y volviendo a surgir. Creando ese círculo infinito de rueda de vida y muerte donde todos estamos inmersos.

El ser humano tiene muy poco tiempo de habitar en este planeta. La ceguera, ignorancia o ambición, se ve a la naturaleza como un objeto y no como un ser vivo. Algo que se puede vender, explotar, tomar y reclamar. Pero hay otros que tuvieron más visión y empezaron a estudiarla y comprenderla.

El ser humano es mucho más que órganos, un par de brazos, de piernas, ojos, orejas, nariz, boca o tono de piel, el ser humano tiene algo más que la energía que lo mueve, las emociones que dicen si está feliz o triste, o su intelecto, tiene la capacidad de conectarse con la naturaleza y con el cosmos, con esa fuerza suprema que nos da vida y eso es lo que lo diferencia de los animales.

Hemos perdido la conexión con la naturaleza. Nos hemos dedicado a acumular y poseer. A dividir y clasificar. A separar y juzgar. Hemos olvidado que mientras más se tiene, hay más temor. Hemos olvidado que la naturaleza nos da acorde lo que se necesita. Se ha dormido. Ha cerrado los ojos del corazón. Se ha olvidado que el amor y el poder van de la mano.

Ya es hora de abrir los ojos y empezar a hacer algo. Porque aquello que llenó nuestros platos, no crecerá más y lo que apagaba nuestra sed, será más valiosa que el oro. Se estima que, en poco tiempo, el petróleo se va a terminar. Es cierto que las máquinas pueden hacer las cosas que más de cien hombres juntos pueden realizar. Pero, si se acaba su fuente de energía, dejarán de funcionar.

Ya es hora de empezar de nuevo. Ayudar a la tierra a recuperar el equilibrio perdido. A ser como los animales, que respetan su entorno aun en la cacería. Ya es tarde para arrepentirse, para llorar y sufrir, para ser indiferente. Es momento de tomar acción y restaurar lo poco que queda.

Es hora de recordar que somos parte de la naturaleza. Como maestra, es de las mejores. Te da las mayores lecciones y tiene la paciencia suficiente para que las aprendas. Como madre provee, nutre, da cobijo, pero a la vez corrige, amedrenta y reprende.

La naturaleza tiene formas de comunicarse. Las plantas, por ejemplo, se comunican a través de las raíces. Identifican a sus depredadores y crean químicos tóxicos para alejarlos. Los ríos, por otro lado, siempre vuelven a su cauce. Por más que el hombre quiera desviarlos para buscar su beneficio, estos siempre vuelven donde han corrido por tanto tiempo.

La naturaleza está viva. Se mueve, se acomoda. Crea nuevas formas de vida. Los cuatro elementos manifiestos en un solo ser vivo, que alberga la Vida. La tierra que sostiene las plantas, y montañas, los ríos y lagos que dan frescura; el viento, con sus ráfagas suaves y fuertes que limpian el entorno, y el fuego manifestado en los volcanes o la fricción de sus elementos.

“En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por este; y es generalmente el olvido de este movimiento y de esta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.” Friederich Engels.

 

 

 

 

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