Por Lucy Angélica García Chica
Podríamos decir que la vida de cada uno de nosotros resurge con más ímpetu, después del confinamiento por la pandemia del COVID-19. Vemos que las actividades en ciertos sectores se está activando a medida que pasan los días ante la necesidad de cubrir la demanda de los ciudadanos.
Las empresas y todos hemos asumido que podemos continuar adelante haciendo acopio de todo nuestro esfuerzo para alinearnos a una nueva cultura, dando paso a un sentimiento profundo de solidaridad y cuidado para si mismo y para el otro.
Posiblemente muchos hemos aprendido de esta experiencia que más allá del dolor en los corazones de quienes han perdido a sus familiares y amigos, también a tocado profundamente las conciencias desde el lugar donde estamos, y aunque no todos lo expresemos, de alguna manera hay momentos para meditar porqué hemos enfrentado con temor y a la vez con valentía esta crisis sanitaria a nivel global.
En esta época es noble aceptar que nos hemos necesitado unos a otros más que nunca, que hemos sido más sensibles, para quienes creemos que somos parte de una creación que nos conecta a todos; con la naturaleza, que ha entrado en una fase de rehabilitación forzosa y necesaria, los humanos mismos mirándonos sin diferencias, ante los efectos psicológicos y mentales que enfrentamos, como son el estrés, depresión y ansiedad.
Los seres humanos como seres profundamente creativos, también hemos sacado a flote nuestra inspiración para sustentar la existencia, para expresar de alguna forma quienes somos y qué somos capaz de hacer en momentos cruciales de nuestro destino. Desde mi lugar de confinamiento también he creado y desarrollado habilidades y como Ser profundamente sensible en mi condición humana me solidarizo desde mi inspiración en este tiempo cuando precisamos crear puentes de unidad, amor y solidaridad. Con mucho aprecio les comparto un poema de mi autoría.
Desde mi exilio
Habito detrás de las montañas,
y me hago dueña de aquellos instantes supremos,
cuando miro el horizonte,
y creo que allá ,
en ese encuentro,
de la tierra y el cielo,
está el refugio de la esperanza,
que a hurtadillas se desliza en cada vida,
para no morir,
volando inerme,
sobre el valle que añora,
las huellas de nuestros pasos.
Hoy no podemos mirar nuestras sonrisas,
están más allá del silencio,
se recrean en el trino de los pájaros,
como un canto de fe en el mañana.
Y los abrazos se han quedado,
estacionados en el tiempo,
como los ocasos en las tardes de invierno.
Hemos sido convocados,
a una cita con el silencio,
reflexivo, profundo,
y son los ojos el portal,
donde se asoma el alma,
y la mirada es plegaria,
es canto y es ese grito solidario,
del alma en confinamiento.
El beso prisionero en una mascarilla,
detiene su vuelo,
y como un milagro del verbo,
se hace palabra en el verso.
Entonces nos miramos desde el alma,
y hemos de decir te amo en la risa de los ríos,
y hemos de cantar con el cristalino
murmullo del manantial,
y en el canto de los pájaros,
en su nido.
Ahora te abrazo y te digo,
que te amo como hace siglos,
sin que lo hayas sentido como hoy.
Y desde este verso que entona melodías,
que tiene canto de pájaros,
de manantiales y de ríos,
que tiene besos con toques de viento,
que tiene voz más allá del silencio, te entrego entero
mi universo,
desde el exilio de mis pasos,
y desde la libertad del alma,
que atesora y ama,
que emigra sin parar,
a infinitos mundos paralelos.
Escritora, poeta y columnista internacional ecuatoriana