Sergio Reyes II.
‘… y se va por la mañana con su pasito apura ‘o,
a verse con su potranca que lo tiene emberrasca’o (*)
‘Caballo Viejo’ –Fragmento-; Simón Díaz. Venezuela.
Hay un lugar sembrado en la campiña que evoca emociones ardientes, derroches de frenesí y alegría jamás sospechada. Está plantado a la vera del camino, a la vista de todos, y, sin embargo, para el viajante común es difícil sospechar el caudal de felicidad que brota a borbotones en aquel espacio, tan solo con traspasar el umbral y entrar en posesión del tesoro que allí se encuentra, a la espera de la llegada del dichoso poseedor de tales bienes.
El imponente verdor de la naturaleza se cuela como chiquillo travieso doquiera se dirija la mirada y todo ello, unido al frescor del clima de las serranías que caracteriza estos contornos, le añade a la zona la cualidad esencial para que pueda ser calificada, sin remilgos, como paraíso soñado, por cualquier feliz mortal que pudiese, alguna vez en su vida, disfrutar de una apacible estadía en la región.
En la región pululan cantarines arroyuelos, que calman la sed y entonan el cuerpo al tiempo de engrosar con sus cristalinas aguas el caudal del Rio Masacre, que se enseñorea de gran parte de este territorio de la frontera dominicana llevando vida y esperanza a quienes allí habitan así como frescor y placeres a quienes se sumergen en sus aguas para disfrutar de un baño delicioso y reparador.
Muchos años ha, entré en conocimiento de los placeres que, al decir de los viejos, envolvían con remedo de hechizo a un agraciado mortal que pudo adentrarse en tan codiciado dominio con la venia de la dueña de tal posesión, la que, tal cual era pintada en las consejas de las viejas envidiosas de entonces, termino por engullir, con argucias y artimañas de gente versada en las artes amatorias, al citado lugareño.
Y a partir del disfrute de la primer ocasión, varias veces al mes y con cualquier excusa se habría de repetir la codiciada bacanal con la que, a manera de gratificante regalo se dispensaba a sí mismo el feliz elegido, en premio por su entrega sin reservas a sus obligaciones al frente de la labor agrícola, haciendo parir los surcos de la frontera con los innúmeros frutos en los que ella es pródiga.
En los mentideros de muchachos y los cuchicheos de tías y vecinas pendientes de las andanzas de sus maridos, lo cual era cosa común en mis años mozos, entré en conocimiento de tales habladas y llegué a confundirlas con fabulas.
-Tanta felicidad no existe-, me dije para mis adentros. Y, en el mejor de los casos, quien llegare a ser dueño de tales goces puede irse a la tumba satisfecho de haber vivido.
Y vaya Usted a saber que aquel feliz mortal, de carne y hueso, existió en realidad y, para mi ventura, además de haber disfrutado a plenitud hasta el último de sus días, se fue de este mundo dejando como herencia a sus hijos -y algunos privilegiados sobrinos, como el suscrito-, el inconmensurable tesoro de su amado recuerdo; y talvez, el aprendizaje de algunas de sus habilidades, si cabe el término.
Alberto Reyes, se llamó en vida, aquel paladín que, sin grandes méritos fisonómicos y contando tan solo con el auxilio de su encantadora sonrisa y su gran capacidad para hablar y encantar, anduvo por el mundo repartiendo amor y cariño entre todos –y todas, como se dice hoy día!-.
En verdad, fueron muchos los rincones, recovecos y guaridas en los que el amor floreció y se desbordó a borbotones, en tiempos del afortunado Alberto. Pero los conocedores de tales andanzas han dado en señalar, sin lugar a dudas, el lugar por excelencia y, si se quiere, el remanso de paz y tranquilidad de aquel viejo aventurero, veterano en las lides del amor:
A la vera del camino, en un punto de la carretera que lleva de Santiago de la Cruz a Loma de Cabrera, está enclavado el idílico nido en donde una vez floreció a sus anchas el amor. En el presente, una aureola de magia y plenitud rodea el entorno de este embrujador espacio envuelto en la sobrecogedora bruma del silencio.
A veces, dando rienda suelta a las veleidades que llevo dentro, yo también me he internado por estos lares en busca de meditación, tratando de descubrir los incontables tesoros que el viejo bardo llegó a disfrutar y, claro está, con la ilusión de encontrar, por cuenta propia, el placer y la infinita paz y felicidad que todo hombre anhela conseguir en su vida.
Todavía no he podido encontrar el sueño añorado, la infinita utopía, a pesar de todo el empeño que he puesto en ello. Pero si algún día salgo favorecido en la búsqueda rendiré las armas y con plena seguridad podré confesarles, como el Gabo, que he vivido!
Villa Vitalina, DM Capotillo, Loma De Cabrera. Noviembre 10, 2020.