Por Emiliano Reyes Espejo
La madrugada abandonó su lecho. Era de mañanita y todavía ni siquiera se asomaban los rayos del sol. El reloj marcaba casi las cinco y me preparaba para ir a mi trabajo de reportero en el Noticiario Radio Mil Informando. Pero el timbre del teléfono repicó de manera insistente y decidí tomarlo.
La obstinación de la llamada me resultó preocupante. Cuando levanté el auricular escuché una voz casi imperceptible que me susurró como si implorara:
-“Periodista, periodista, soy yo, Santo, tu vecino; me quieren matar. La policía me va a matar…”.
Todavía somnoliento, no entendía nada, no tenía idea de lo que ocurría.
-“¿Qué es lo que pasa?”, pregunté.
-“La policía me tiene cercado aquí en casa de mi madre. Haz algo, no dejes que me maten, por favor…por favor”, decía Santo con una voz entrecortada que apenas se percibía.
No recordaba quien era Santo. Él me explicó y entonces recapacito; sí, le conocía. Era un militante revolucionario que operaba de manera clandestina y uno de los jóvenes activistas culturales que formaron el Club Deportivo y Cultural San Gabriel, ubicado frente a frente de donde residía con mi familia, en la calle Luis Reyes Acosta (antigua calle15) del barrio Villa María.
Santo, joven delgado de color trigueño, era hijo único de una apreciada y respetada señora del barrio. Residía en la misma acera de donde yo vivía y muy cerca de la Parroquia San Gabriel que está en la acera del frente. Todavía operaban los remanentes del gobierno de Joaquín Balaguer y comandos policiales entrenados en esa época seguían persiguiendo a jóvenes militantes revolucionarios, algunos de los cuales fueron ultimados. Los últimos coletazos del monstruo.
En esa oportunidad Santo fue una de las víctimas, había sido sometido a una intensa persecución que lo obligó a ocultarse y llevar una vida clandestina alejada de su madre. Pertenecía a un movimiento de izquierda que lideraba en ese entonces el vetusto luchador revolucionario Rafael –Fafa-Taveras. Algunos de sus jóvenes seguidores habían sido ubicados y ultimados. Santos temió que con él se repitiera la trágica historia.
En el Club San Gabriel el joven revolucionario contribuyó junto al profesor Cornelio y otros jóvenes, a crear una escuelita de educación de adultos, de la cual éramos parte como profesores. Tenía tiempo que no iba a la casa de su madre, la cual vivía sola, tenía escasa visión y serios problemas de salud, siendo él quien la asistía.
La situación calamitosa de su progenitora lo desesperó y decidió retornar a su hogar en horas de la noche de manera subrepticia, pero la policía vigilaba y al parecer se enteró de que este había regresado, disponiendo un cerco en la vivienda.
En principio no se vio la presencia policial. En la madrugada, sin embargo, los perros ladraban y el joven revolucionario sintió movimientos de personas alrededor de la casa. Se percató entonces de que la policía le tenía cercado y que no tendría escapatoria.
Miró por las brechas de la casa y pudo observar a agentes policiales pertrechados con fusiles y ametralladoras a manos en los callejones, en los techos de viviendas vecinas y en el frente de su casa. En tanto su madre dormía profundamente, él se deslizaba sigilosamente, en medio de la oscuridad, pensando cómo escaparía de esta tenebrosa encerrona.
Pasó largo rato sentado en un sillón de la sala, cavilaba, hasta que se le ocurrió llamarme.
-“Los policías están por todas partes”, me susurró. –“Tienen órdenes de matarme y no quiero que me maten frente a mi madre…sería muy doloroso para ella”.
Santo tenía la certeza de que lo iban a ultimar, me dijo que ya había ocurrido con otros jóvenes de su agrupación que lo apresaban, decían que se rebelaron y lo mataban. Yo escuchaba impertérrito, estaba atónito y no encontraba qué hacer.
A esa hora no se podía dar ningún avance de noticia sobre la situación. El noticiero no había empezado aún. Se me ocurrió una idea, pregunté a Santo si había un radio cerca y me dijo que sí, que su madre tenía una consola de las que tocaban discos de pasta. Le expliqué que haría una transmisión por la emisora y que cuando eso ocurriese, él tenía que subir el volumen, de manera que los policías se enteraran de que estaban siendo observados.
Me comuniqué con personal de prensa de Radio Mil y expliqué la situación. El director del noticiario, don Víctor Melo Báez, quien era increíblemente disciplinado y quien casi nunca fallaba en la apertura del programa a estas horas de la mañana, me orientó para que me preparara para salir al aire.
Coordiné con Santo y esperamos el inicio del noticiero. Él subiría a todo volumen el audio de la consola de su casa cuando comience a transmitir. Así lo hicimos. El noticiero Radio Mil Informando tenía el estilo característico de iniciar siempre con una noticia internacional. Melo Báez me había señalado que saldría al aire inmediatamente después de que el locutor leyera la noticia extranjera y me presentara.
Apenas el locutor leyó un primer párrafo de la noticia internacional, me sacó al aire:
-“Y ahora, directamente desde el sector de Villa María nuestro reportero Emiliano Reyes con una noticia de último minuto…adelante unidad móvil…
-“Un contingente policial mantiene desde esta madrugada un cerco alrededor de la casa de Santo, un joven dirigente clubistico que es perseguido por su militancia de izquierda…
Santo elevó a su máximo el volumen de la consola y la transmisión comenzó a escucharse en todo el barrio, en un silencioso interregno de la mañana. Comenzó de inmediato a salir los vecinos de sus casas, mientras otros curiosos se detenían a ver lo que acontecía. Me había ubicado en un punto estratégico dentro de mi casa y desde allí observaba todos los movimientos de la gente y de los agentes policiales.
Los policías miraban incrédulos en todas las direcciones, observaban para identificar quién y desde dónde se hacía la transmisión, pero no me podían ver. Eso le sorprendió aún más. En mi narrativa fui describiendo cada movimiento que hacían los policías y a dónde se dirigían.
En un momento el comandante de la tropa se desplazó de manera decidida hacia la puerta de entrada de la casa de Santo. Observé el gesto e hice la descripción de su movimiento, éste, sorprendido, se detuvo y ojeó para todos los lados, luego se devolvió y avanzó hacia un vehículo que estaba estacionado en la cercanía. De allí salió una persona vestida de civil que presumí era un fiscal. Un agente rastrilló su fusil, uno desenvainó una pistola y penetró raudo por el callejón de la casa, mientras otro miraba desde el techo de una vivienda cercana.
Los agentes miraban en todas direcciones, buscaban con la vista el lugar desde donde se estaba haciendo la transmisión. Yo lo veía, pero ellos no me veían a mí.
Cuando a Santo lo sacaron de su casa, inmediatamente realicé un reporte detallando que éste había salido esposado, por sus propios pies y que no se le visualizaban golpes. La transmisión en vivo fue monitoreada en la redacción de El Nacional que envió al lugar a su reportero estrella, Diógenes Tejada (El Colorao). Cuando el vehículo del vespertino llegó a la calle 15 donde se efectuaba el operativo, los policías creyeron que él era el periodista que estaba haciendo los reportes y no fue bien recibido, llegando incluso a maltratarlo.
Santo duró un tiempo preso y cuando salió realizó una carrera profesional, se dedicó a realizar una exitosa labor social a beneficio de miles de mujeres que practicaban la prostitución, a las cuales les distribuía preservativos y orientaba sobre cómo prevenir las enfermedades sexuales.
Formó su propia Fundación, con respaldo internacional. La última vez que pregunté por él fue al profesor Cornelio, quien me dijo que éste vive junto a su familia y que realiza una hermosa obra para beneficio de muchas mujeres que se dedican a “la mala vida”, un abandonado sector de la sociedad que requiere de mejor suerte.
Un colega que también se presentó a La 15 durante el apresamiento de Santo, me contó años después que escuchó cuando uno de los policías al finalizar el operativo expresó:
-“Éste se escapó de milagro…tiene que agradecer a la prensa”.
*El autor es periodista
Emiliano Reyes
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