Por Fabio Mendoza Obando
La llegada de la pandemia del Covid-19 nos ha afectado a todos los seres humanos de forma inesperada sin excepción alguna, aun no podemos creer lo que está pasando. Nos ha traído cambios repentinos que nunca pasaron por nuestra mente que ocurrirían. La humanidad estamos viviendo otra realidad, se nos impuso otra manera de vivir sin haberlo planificado ni estar de acuerdo, estamos sujetos a este advenedizo tiempo, anclándonos hasta que pase el vendaval de su azote. Quizá estábamos caminando por el sendero equivocado y era necesario volver a ver el alto de nuestro destino que muchas veces irrespetamos e incumplimos.
Todo parece indicar que ya nada será igual como éramos antes de esta crisis causada por un virus que se resiste a desaparecer. Ahora pareciera que el futuro se ha estancado, ya no es sinónimo de avance, ya no tiene la connotación que tenía antes. He escuchado que nadie piensa en el futuro, el presente nos ocupa día y noche, estamos más a la expectativa de cuándo pasará el embrollo de este mal y nos mostramos escépticos qué nos depararan los días venideros.
Hay muchas familias que están aisladas y no porque la cuarentena se los exige, sino porque sufren las secuelas del contagio del virus, y están casi perdiendo la esperanza. Hay familias que están en cuarentena y no han padecido el contagio, mientras otras sufren un severo aislamiento porque fueron contagiados y por vivir en un edificio de muchos apartamentos parece ser la peor tragedia de sus vidas. Pareciera que están en el olvido, a la espera de nada ni de nadie soportando el calvario en silencio que les envuelve.
Es digno de reconocer que ante semejante situación de muchas familias, están los buenos samaritanos, aquellos de corazón celestial, los que se despojan de lo suyo y se lo dan al necesitado, aquellos que son llamados a colaborar y no la piensan en dar su esfuerzo para ayudar. Por todos lados se desplazan personas como buenos soldados a socorrer al prójimo. Esta parálisis global para algunos ha dejado sentir el corazón solidario que tienen.
Un día se reunieron tres exiliados nicaragüenses en Costa Rica, para planificar cómo podían hacer para ayudar a personas que estaban necesitando de alimentos y artículos de aseo personal. Cabe señalar que con conocimiento de causa hay familias completas que están padeciendo el contagio del virus, y por lo tanto no hay ningún tipo de ingreso para comprar las necesidades básicas del hogar. Han pasado días sin recibir ningún tipo de ayuda, pero a como dice el sabio pensamiento ´´a Dios nadie le falta´´. Estas tres personas se armaron con la coraza del amor y con un corazón ferviente solidario emprendieron la misión de poder llevar a algunas familias un poco de lo que estaban necesitando.
Mis compatriotas Jacki Blandón, Claudia Tenorio y José Miguel, al conocer de tal situación de estas familias, dispusieron hacer algo por ellos, ya que no tenían nada de subsistencia. Juntaron víveres para llevarles a unas familias asentadas en un edificio en el Centro de San José, la capital de Costa Rica. Tomando todas las medidas de prevención les han dejado paquetes en la puerta para que llegaran a retirarlos y de esa manera mitigar un poco lo que están viviendo. Como esta acción humanitaria se realizan otras en diferentes partes del país. Estos tres personajes siguen haciendo esta labor de ayuda cada vez más frecuente, están seguros que entre más personas se suman a esta causa, se les hará más fácil la recuperación a los afectados.
Extender una mano de ayuda a quien lo está requiriendo, genera un cambio interno en quienes lo llevan a cabo y una satisfacción genuina de cumplir en dar a nuestro prójimo. La iniciativa de estos tres samaritanos se ha convertido en el arte de generar un cambio. No podemos quedarnos sentados pasivamente sin hacer nada cuando se escuchan voces en medio del silencio de cuatro paredes gimiendo para que alguien escuche que sufren. Estamos seguros que vendrán tiempos mejores, porque cuando damos hay una recompensa en nuestro espíritu, cuando servimos a los demás nos sentimos con una alta dosis de plenitud. Cuando el corazón se conmueve por el ferviente deseo de ayudar a nuestros semejantes que lo están urgiendo, les estamos enseñando a otras personas del poder que existe en la esperanza.
Poeta Nicaragüense